domingo, 21 de agosto de 2011

El celibato sacerdotal.




Uno de los temas de conversación es el de la disciplina actual de la Iglesia Católica según la cual quien se acerca a las Sagradas Ordenes (sacerdocio) debe profesar votos de castidad perpetua (celibato).
Digamos desde un primer momento que se trata de una disciplina eclesiástica sujeta a cambio, que de hecho cambió y puede, teóricamente, seguir cambiando. No se trata de un dogma de fe.
La Iglesia cree que el celibato sacerdotal es un don de Dios, y que hoy por hoy sería un error cambiar la legislación actual. Y la bimilenaria Iglesia tiene sus buenos motivos.
Para entender el motivo último de esta práctica eclesiástica y valorar los alcances profundos de la misma hay que leer y meditar Mateo 19:10-12 y, sobretodo, el capítulo 7 de la primera carta de San Pablo a los Corintios. Estos textos dan "el espíritu" que late tras la legislación del celibato sacerdotal. Leyendo estos pasajes, el fiel entiende que se trata de una vocación de Dios, en vistas al Reino de Dios, y que sólo sin razonar puede alguien rápidamente afirmar que "es un invento de los curas"; en efecto, más allá de la disciplina eclesiástica, que puede cambiar y de hecho fue cambiando con el paso del tiempo, sin embargo quedarán siempre en pié aquellas claras palabras del apóstol: "el célibe se ocupa de los asuntos del Señor…, mientras que el casado de los asuntos del mundo… y está dividido" (1 Cor 7). Si perdemos de vista estos textos bíblicos, perdemos de vista el centro de la cuestión.
En nuestros días, la doctrina del celibato encuentra muchos adversarios. La Iglesia no define el celibato como una necesidad absoluta, pero lo ve como el mejor medio para que el siervo de Dios y de su pueblo pueda actuar "sin divisiones".

Nadie está obligado a ser célibe.

Se oye con frecuencia expresiones de este tipo: "La Iglesia impone a los sacerdotes el celibato", o bien en forma interrogativa: "¿Porqué los sacerdotes no se pueden casar?". Si bien se entiende que el celibato es una reglamentación eclesiástica, una "ley" de la Iglesia, sin embargo no es correcto hablar de "imponer" el celibato, o de "obligar" al mismo. En la Iglesia Católica nadie está obligado a ser célibe, porque nadie está obligado a ser sacerdote.
A la Iglesia de Cristo de los últimos mil años le ha parecido bien considerar la vocación al sacerdocio y la vocación al celibato como una única vocación.. El punto principal aquí es en realidad el siguiente: la vocación sacerdotal es un llamado gratuito de Dios para su Iglesia, y no un derecho personal del candidato. La Iglesia, al unir "sacerdocio" con "celibato" no está "imponiendo nada a nadie", porque nadie tiene que ser sacerdote; más bien hay que decir que al obrar así está ejerciendo un "derecho" dado por Dios mismo a su Iglesia de determinar ciertos aspectos disciplinares del oficio sacerdotal. De hecho es precisamente la Iglesia la que ordena sacerdotes para destinarlos al servicio divino. Si no fuera así, ¿en qué quedaría el sacerdocio? ¿cuál sería su finalidad? ¿sería cada uno sacerdote según su propio parecer?
En la Iglesia hay cientos de maneras de servir al pueblo de Dios, y si alguien cree que es llamado a ocupar un lugar activo en la Iglesia - ¡y en verdad todos lo están! -, pero a la vez cree que no está llamado al celibato, sepa que puede ocupar ese lugar según el don que Dios le dio, sujetándose al parecer de la Iglesia, y no debe buscar a toda costa "ser sacerdote". El sacerdocio es un oficio sagrado de la Iglesia en bien de la Iglesia, y es ella la que determina, en los diversos períodos históricos de su vida, de qué manera conviene mejor ejercer este oficio. El candidato al sacerdocio tiene largos años para reflexionar y prepararse. No es lícito hablar de "obligación" en sentido de "imposición forzada".

Síntesis del artículo Sobre la disciplina eclesiástica del celibato sacerdotal 
P. Juan Carlos Sack 
Instituto del Verbo Encarnado 
Kazan-Roma

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