domingo, 28 de agosto de 2011

La felicidad no es algo, es Alguien: ¡el Señor Jesús!


Todo ser humano, busca la felicidad. Y con frecuencia decimos ¡soy feliz! como si realmente la hubiéramos alcanzado. Después de bastantes años de vida que el Señor me ha concedido, me he puesto a reflexionar ¿Cuál ha sido el objetivo que he perseguido en mi vida? ¿Qué ha sido lo más importante por lo que he luchado? Posiblemente estas preguntas te las haz hecho tú también, querido lector.

Quizá en principio nosotros no fuimos los culpables de haber buscado ─sobre todo en los primeros años de nuestra vida─ cualquier cosa para lograr nuestra felicidad. Desde pequeños nos dijeron, que teníamos que ir a la escuela para prepararnos y ser alguien en la vida. Cuando crecimos lo suficiente y pudimos decidir qué licenciatura  estudiar, decidimos lo que mejor nos pareció. Tal vez, posteriormente, nos decidimos por una maestría e incluso por un doctorado. Llegado el momento tuvimos que decidir con quien formar un hogar, pretendimos tomar la mejor decisión para ver quien debería ser el padre o la madre de nuestros hijos. Y a ellos tratamos de darles lo mejor para que fueran "felices". Trabajamos y trabajamos para tener una o varias casas, automóviles, una situación económica holgada, procuramos hacer un ahorro para nuestra vejez, y no sé cuantas cosas más, con tal de pasarla bien. Lo anterior en sí no es malo, y fueron decisiones que se tomaron en su momento según las circunstancias.

Lo irónico de todo esto es que en todas esas decisiones, pretendimos encontrar la felicidad. No nos dijeron o si nos lo dijeron se nos olvidó, que todo eso son medios solamente y no el fin u objetivo superior al que debemos aspirar. No importa si finalmente soy el mejor médico, un destacado contador o un excelente ingeniero, si soy reconocido en la sociedad o en la política. Si me casé con un hombre o mujer de bien. Si nuestros hijos van o fueron a la mejor universidad. Qué bueno que así sea, pero por muy bueno que sea no dejan de ser medios. No la son la felicidad en sí, ni nos la proporcionan, aunque nos haga sentir bien y nos den la tranquilidad del deber cumplido.

Con más frecuencia, de lo que somos conscientes, decimos que Dios nos creó para ser felices, es cierto y tanto; que envió a su propio hijo para que tengamos vida eterna[1] esto es la felicidad para toda la vida. Valdría la pena preguntarnos a estas alturas ¿qué tanto hemos seguido durante nuestras vidas a Jesús? que ha venido para que tengamos vida en plenitud[2]  desde ahora. Jesús nos ama y quiere que seamos felices, de eso debemos estar seguros cuando dice: “Padre, quiero que donde yo esté, estén también conmigo los que tú me has dado, para que contemplen la gloria que me diste”[3]

Demos pues el valor a cada cosa que Dios nos ha dado, sirviéndonos de ellas para llegar a Él. Siendo conscientes que la felicidad no está en ellas, que la felicidad no es algo, es Alguien: ¡el Señor Jesús!



[1] Jn 3,16
[2] Jn 10,10
[3] Jn 17,24

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